Sergio Gaspar

Jueves, 9 de noviembre de 2006
Fundó la editorial DVD Ediciones hace diez años, y hoy es una de las más prestigiosas entre las que editan libros de poesía en España y América. Sin embargo, no ha aprovechado la ocasión para sacar a la luz sus propios libros de poemas, cosa que hubiera hecho cualquier otro. Es más, sólo tiene publicados dos libros, ambos en editoriales ajenas, y ambos antes de fundar DVD Ediciones. Por eso Sergio Gaspar (Checa, Guadalajara, 1954) sigue siendo un poeta secreto, como él mismo reconoce, a pesar de la calidad de su escritura: “Soy un poeta secreto, pero estoy intentando dejar de serlo, y Albacete puede ser un punto de inflexión en mi trayectoria”.
Hace años, antes de crear la editorial, guardaba seis libros de poemas. Un día decidió que no había conseguido que ninguno de ellos colmara sus ambiciones estéticas y destruyó los seis. Menos mal que, pasada la crisis, un par de amigos le recordaron que guardaban ejemplares de dos de los libros destruidos. Y encima hicieron las gestiones precisas para publicarlos, aunque en editoriales de precaria distribución. Así se salvaron Revisión de mi propia naturaleza y Abén Racín a principios de los años noventa. Hoy son prácticamente imposibles de encontrar, lo que alimenta su leyenda.
Quizá, como él dice, decidido a cambiar esa leyenda, Sergio Gaspar ha accedido a leer sus poemas en el ciclo Cinco Poetas en Otoño y lo ha hecho con voz pausada y cavernosa, más cavernosa aún este jueves porque arrastra un constipado que lo tiene aturdido. Detrás de las gafas de lector muy miope, disimuladas discretamente por el diseño, Gaspar parece de entrada un hombre de hielo, imperturbable. Cuando inicia una explicación, el tiempo deja de importar, prefiere exponer los antecedentes y los va desgranando de un modo metódico y pausado. Pronto comprende el interlocutor que esa fachada de granito es sólo una fachada, aunque se mantenga, y que el hombre que hay detrás está cercano.
“Yo no sé dónde estoy, pero puestos a decir, yo diría que estoy en el lenguaje. Esta es mi patria y esta es la expulsión de mi patria”, asegura. Y al oírle leer sus poemas se le da la razón, pero también se advierte que sigue viviendo en el lenguaje cuando deja de escribir poesía. Así, cuando conversa, detectamos lo que pasa en su interior gracias a que su pausada dicción va desgranando ironías, matices, entre las reflexiones, y de ese modo aflora lo que su economía gestual parece ocultarnos. De entrada prefiere definirse como “un poeta espeso”. Luego aclarará que estaba intentando curarse en salud ante el convencimiento de que su poesía no es completamente clara, como nos tiene acostumbrados la llamada corriente de la experiencia.
De hecho, se muestra conciliador con las corrientes que han mantenido una lucha sin cuartel por la hegemonía de la poesía española durante los años noventa, la de la experiencia y la del silencio, que dirimían no sólo una rivalidad estética, también el control del poder en los círculos literarios. En ambas tiene buenos amigos. “Unos dan la sensación de que pueden estar totalmente en la vida sin el lenguaje y otros que pueden estar en el lenguaje sin la vida. Aunque es una lucha por fortuna ya superada e incluso los que la mantenían han conseguido que los jóvenes poetas que secundaban ambas corrientes vayan aceptando que se ha terminado. De todos modos, entre el lenguaje y la vida, yo prefiero estar en el conflicto”.
Sin lograr sacudirse del todo la piel del editor, Gaspar reflexiona también sobre la falta de rigor de los poetas en general: “Nadie ha leído lo que dice que ha leído; aquí no es ver quién miente, sino quién miente menos. Porque leerte a un poeta no es hacer un informe de lectura. Es releerlo hasta aprenderte de memoria un poema, o al menos unos versos”. Y ejemplifica su afirmación recordando los primeros versos de Espacio, de Juan Ramón Jiménez.
Después añade que “la poesía española ha hecho bien leyendo a Machado, y a Cernuda; pero ha hecho muy mal en no leer a Juan Ramón Jiménez. Es terrible que la propia poesía española esté viviendo de espaldas a uno de los grandes poetas de nuestro tiempo, que resolvió el problema del simbolismo, que fue el primero en escribir verso libre en España y el primero que escribe poesía en prosa en España.” En todo este tiempo no ha abandonado Sergio Gaspar su expresión pausada y cavernosa, pero nadie se atrevería a decir que faltaba pasión en su discurso. De hecho, él mismo, en un acceso de pudor, siente la necesidad de excusarse: “Bueno, a veces tiendo a ser un poco hiperbólico en mis afirmaciones”.

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