Jueves, 2 de noviembre de 2006
A estas alturas no se sabe a ciencia cierta cómo era Safo, la poeta griega que hace 2.600 años escribió en Lesbos unos poemas que la hicieron famosa. Aurora Luque (Almería, 1962) lleva años siguiéndole el rastro, que es un rastro casi inexistente. De hecho, no nos quedan de ella poemas, sino fragmentos de poemas, 168 fragmentos para ser exactos. Y han llegado hasta nosotros porque los arqueólogos desenterraron cadáveres antiguos envueltos en papiros en los mismos terrenos donde luego se construiría la presa de Asuán. A los ricos los embalsamaban con lino, pero los pobres reciclaban así los materiales de escritura. Analizando los borrosos caracteres de estos papiros que han pasado dos milenios en contacto con los restos humanos, entre otros muchos textos anodinos, afloraron los versos de Safo.
Aurora Luque los ha traducido meticulosamente. El resultado puede disfrutarse en un libro publicado por la editorial Acantilado. Dice que a veces dan ganas de llorar cuando quieres transcribir parte del poema y resulta ilegible. Pero aún así, merece la pena. Aun sabiendo que es muy probable que, anegados por las aguas de la presa de Asuán, se hayan disuelto definitivamente los versos que faltan y puede que incluso otros mejores. Como otras escritoras, Virginia Wolf o Margerite Yourcenar entre ellas, Luque siente fascinación por el personaje de Safo. No es extraño siendo como es licenciada en filología clásica y profesora de griego en un instituto de Málaga, además de traductora de poetas griegos en su libro Los dados de Eros, un pequeño best seller de su género.
Pero esta poeta malagueña vive empeñada en rescatar a otras mujeres a las que el patriarcado secular condenó injustamente al olvido, como Renée Vivien, que seguía los pasos de Baudelaire, o como la taranconense Luisa Sigea, e incluso la alcaraceña Oliva Sabuco de Nantes. Mientras recorre las estanterías de la biblioteca del Instituto Bachiller Sabuco, recuerda que recientes investigaciones atribuyen a la hija el valioso libro cuyos méritos sigue recogiendo el padre. Luego intenta retener con su cámara de fotos rincones para el recuerdo, una de las costumbres de esta viajera imparable, a la que una fractura en el pie no le impide caminar bajo la lluvia, sobre el barro desigual, al borde de las zanjas que proliferan por todos lados, para conocer algo de la ciudad de Albacete antes de irse. Otra de sus costumbres es encender una vela en las iglesias que visita e inventar una oración pagana.
“Hay quien dice que viajando en los transportes públicos se pierde el tiempo –comenta-. A mí me encanta perderlo. Viajando cambia el tiempo vital y nos enfrentamos a los días y las noches de otra manera”. El jueves estuvo recitando sus propios poemas con ese acento que ha vivido en todo el sureste de Andalucía y que se cuajó en Granada, un acento que ella ha domesticado con disciplina hasta pulirlo de modo que sólo se percibe en los finales de frase. Sentada en el borde de la silla, haciéndola oscilar mientras hablaba, leyó la víspera sus propios poemas y alguna traducción. Morena de ojos árabes, renueva sin embargo en cada verso los mitos grecolatinos: Venus emerge en las espumas del gel de baño, el carpe diem (coge el día) de Horacio se transforma en carpe noctem (coge la noche), e Ícaro vuelve a caer una y otra vez desde el firmamento al abismo, una vez derretidas sus alas de cera.
Su último libro de poemas se llama precisamente Camaradas de Ícaro. Ella asegura que los poetas, o son Ícaros o no son nada. “O exploran temas desconocidos o no son nada. Tienen que arriesgarse en las alturas y en el abismo. Porque –sigue diciendo-, si para algo vive la poesía es para luchar contra la rigidez y las mentiras del lenguaje cotidiano. Tiene que recurrir a la extrañeza, a la disidencia, a la distorsión de las convenciones sociales”. Como hizo Safo, la poeta más famosa de la antigüedad, de la que todos hablaban, aunque fuera para atribuir defectos a su leyenda, pues resultaba incómodo que una mujer siguiera destacando por su punzante sinceridad como un faro en medio de los siglos.
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