Jueves, 26 de octubre de 2006
Vicente Haya pasó dos años de su juventud intentando aprender japonés. Le daba clases un nipón que había completado la titánica tarea de traducir el Ulises de Joyce a su lengua y que se había dejado el tino en el camino. Su método de enseñanza, que él llamaba “sálvese quien pueda”, consistía en ir anotando, uno tras otro, ideogramas en una pizarra. “No aprendí una sola palabra”, se lamenta Haya, cuyos compañeros de clase fueron desertando hasta dejarlo solo frente a la mareante acumulación.
No se rindió. Marchó a Japón y allí perseveró un año entero, con idas y venidas, tratando de entender lo que era un haiku. “Nunca podrás conseguirlo”, le advirtieron sus amigos japoneses, “porque eres un occidental”. Pero este sevillano de 1962 contaba con dos virtudes: la pasión y la paciencia. “Si les preguntas, los japoneses se agobian y no te dicen nada, o te dicen cosas que no te sirven. Se trata de ir a un barrio de Kyoto, alquilar una habitación y esperar a que pase el tiempo. El corazón japonés se va abriendo y te va dando lo que él quiere y como quiere. Lo más normal es que del primer viaje te vuelvas con nada, pero que hayas aprendido a esperar.”
Desde entonces hasta hoy ha escrito nueve libros sobre esta estrofa japonesa que se ha puesto de moda. La prueba son los centenares de concursantes que han participado en el premio de haikus de la Facultad de Derecho de Albacete, muchos desde el otro lado del Atlántico. Vicente Haya venía como presidente del jurado y también a intentar explicar lo que es un haiku, misión en la que lleva doce años enfrascado. Sólo en el país del sol naciente se publican cada año un millón de estos poemas de tres versos, contando sólo los buenos.
¿Pero qué es un haiku? “Un haiku es una instantánea. Desde que la desarrolló Matsúo Bashô en el siglo XVII, el japonés se siente en la obligación de capturar lo sagrado de la vida con palabras. No tiene figuras literarias, ni metáforas, ni alegorías, todo lo que entendemos los occidentales como literatura. Es más, para la mentalidad occidental es insustancial. A los japoneses no les importa ni siquiera copiar, ni copiarse a sí mismos. Tienen algo de notarios de la realidad. Les preocupa menos el qué bonito lo he dicho que el estuve allí, doy fe. Hay que liberarse de todo lo que sabes; el haiku te invita a ser tú; te invita a que cuando estás, estás.”
Pálido de piel, casi cetrino, con el cabello y la barba cenicientos, el tono cuidadoso de la voz de Vicente Haya destila pasión por lo que dice. Su acento andaluz oscurecido se transfigura, cuando lee en voz alta al propio Bashô, o a su ídolo Buson, o a su rescatado Santôka, antes de traducirlos para el auditorio. Entonces aflora el japonés que lleva dentro. El que desprecia a los occidentales que se han jactado de escribir haikus sin haber entendido el espíritu de este género, su espacio interior. Con ánimo pedagógico, y un ligero toque vengativo, lee algunas piezas de Benedetti, de Octavio Paz, de Bioy Casares. “La rima le rompe la columna vertebral al haiku; es para enfadarse si se es japonés.”
Quizá por ello, o por su afán analítico, Vicente Haya se afana en enumerar todo lo que no es un haiku: “No sirve para comprender nada; no va por comprender cosas, sino por transformar cosas en ti. Si no ves la escena, el haiku es malo. Si no lo entiende un niño, el haiku es malo. No tiene doble sentido, tiene sentido simple. La ideología, el proselitismo y la filosofía corrompen el haiku. Y sobre todo, el escritor de haikus, el jaiyín, no debe proyectarse sobre su poema: el mundo es sagrado en tanto que te excluya, una escena es sublime porque no te contiene.” Al final se excusa: “Había tantas cosas para decir lo que no es un haiku, que me falta tiempo para decir lo que es, para eso hace falta toda una vida.”
Colecciona haikus malos y haikus de niños. Pero no hay que ser japonés para escribir un haiku… “No, no, un occidental puede escribir un buen haiku. Se escriben muy buenos haikus en español. Por ejemplo, seguro que vosotros aquí en Albacete estáis menos estresados que los habitantes de Tokio, con la manera que tenéis de andar y la manera tan armónica de relacionaros. Quiero decir que este no es un género menor, que hay que darle la dignidad que tiene. Que escribir un haiku es un proceso que requiere un aprendizaje a veces de diez y quince años. Ahora mismo se están escribiendo haikus magníficos en español. El premio que venimos de fallar es un ejemplo. Además estamos sentando las bases en las que aprenderán los que vengan después de nosotros.”
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