Jueves, 25 de octubre de 2007
“No conozco a nadie que sepa decir con tanta delicadeza cosas tan duras”. La afirmación es de una admiradora de José Luis Piquero y la mencionó Ángel Aguilar en la presentación del acto, pero ilustra bastante bien el tipo de poesía que practica este asturiano (Mieres, 1967) avecindado en Huelva. La falta de comunicación en la familia (Retiro sentimental), una candorosa homosexualidad (Romeo en el internado), el lado malvado que todos tenemos (Oración de Caín) o una orgía entre dos parejas (Cuatro) son algunos de los temas que abordan sus composiciones.
No siempre fue así. Dice Piquero que le costó encontrar esta veta, que no se atrevía a profundizar en los temas peliagudos, pero que notaba que a su poesía le faltaba algo si no le servía para exorcizar los sentimientos que se refugian en el lado oscuro de lo cotidiano. De modo que se propuso conseguirlo y ahí están estos poemas que a veces no sientan bien en su entorno familiar. Medio en broma medio en serio comenta que su madre se enfadó con él cuando leyó “Retiro Sentimental”. Son los efectos colaterales de escribir con el libro de la vida abierto.
Y al contrario que otros poetas de su generación, que se parapetan detrás del personaje de sus composiciones y fingen que no coincide del todo con el autor, este asturiano confiesa que no tiene imaginación cuando se pone a escribir un poema, que todo lo que aflora es autobiografía. Matiza, eso sí, que los sueños también forman parte de la realidad y que muchas veces prefiere adoptar la máscara de un personaje histórico o legendario como el poeta Rimbaud o como el bíblico Lázaro para ahondar en sus propios sentimientos sin caer en la autocompasión o la impudicia. “Pero estos poemas con máscara son los más impúdicos, los más autobiográficos”, apuntilla.
Su mujer, Eva Vaz, también poeta, desvela que Piquero siempre escribe sobre cosas ausentes hasta conseguir que la ausencia sea una presencia en el poema. Un ejemplo que no menciona, pero que ilustra esta reflexión, es “Intervalo de Eva Vaz”, una composición en la que el autor describe los rastros inconfundibles de Eva que han quedado repartidos por la casa a su partida. Otros ejemplos son los poemas en los que aborda el futuro, un futuro que ha pasado de largo para unos y que es muy posible que pase también de largo para los que lo esperan: “y no tenéis derecho/ a todo ese futuro que vais a malgastar (como nosotros)” sentencia un verso de “Mensaje a los adolescentes”.
Piquero trabajaba de periodista en su tierra natal y asegura que le gusta la profesión y que su estrés característico no le impedía escribir poesía, “porque soy un poeta lento, escribo muy poco”. Sin embargo, su vida dio un giro radical hace un par de años, cuando decidió mudarse al sur, a Isla Antilla, en el límite de la provincia de Huelva con Portugal. Allí vive los inviernos con la onubense Eva Vaz, en un paisaje que los turistas abandonan al relente del otoño y a los colores plateados del invierno. Tuvo que renunciar al periodismo de primera línea y ahora se dedica a traducir y a echarle una mano a Eva en sus campañas de difusión de la cultura por colegios e institutos. La mano con la que va dibujando a Machado en la pizarra mientras ella lee alguno de los poemas del autor de “El olmo seco”.
Piquero acaba de verter al castellano “El pretendiente americano” de Mark Twain y ahora se dispone a hacer lo propio con “Tortilla Flat”, de Steinbeck. Dice que traducir le granjea casi las mismas satisfacciones que escribir poesía. Algunos de sus versos hablan de las vidas que uno no ha escogido, que siguen transcurriendo paralelas. “Una filosofía de vida”, comenta, “sería intentar elegir entre ellas la que resulte más coherente con el que soy”. Puede asegurarlo con más fundamento que la mayoría, él que ha dejado el trabajo y su tierra para avecindarse en la otra punta de España. “Después de haber amado así, la muerte / no me tendrá del todo”, dice en “Cuatro”. “Pensándolo despacio, cierto es que me parezco al que ya soy”, resume en “Lázaro otro”.
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